Pilatos en Hellín

Pilatos en Hellín

 

Mariano Tomás Benítez

No podía faltar un juez cobarde en la lista de los hombres necesarios para fundamentar la Historia de la humanidad. El recuerdo de Pilatos, debatiéndose entre la angustia y el simbolismo exculpatorio, nos advierte sobre la incompatibilidadde administrar conjuntamente la justicia y la “res pública”.

Resulta triste que la salvación del mundo pase necesariamente por el renuncio de un magistrado prevaricador. Pero se trata de una de las claves que nos ofrece el Nuevo Testamento, al descubrirnos la dura, difícil y hasta decepcionante dimensión que le espera a quien ejerce el enjuiciamiento de su prójimo.

No obstante, tal dimensión es ineludible en el mecanismo eterno del universo, y ello comporta, para quien la encarna profesionalmente, aceptar la soledad como una actitud constante de vivencia.

Por eso, me gusta acompañar todos los años la imagen hellinera de Pilatos, cuando la primavera nos trae el milagro dela conmemoración pasionaria de mi pueblo, en un rito único y sorprendente, por la espectacular simbiosis que mis paisanos saben crear entre tamborada y procesión.

Se trata de un acompañamiento breve y fuera de las filas nazarenas. Apenas cien metros de la Gran Vía cuando el grupo escultórico de Zamorano tiene como fondo la arboleda del parque, declinando el azul del cielo, en el marco más bellodel ensanche de la ciudad, justo al prolongarse la noche universal de Hellín, donde el pregón de los mejores tamboresdel mundo nos devuelve una tradición de participación popular inigualable.

Son cien pasos con la mirada fija en el contraste del amarillo del manto romano y el verde de los altos pinos quecoronan como paisaje la actitud distante del Señor, aceptando, la injusta resolución judicial que le aproxima a la Cruz.

Pero es tiempo suficiente para incidir en la enorme paradoja que rige nuestra existencia. Porque la escenografía resulta todo un monumento de lo incomprensible, tan solo compensado con el hermoso reco­gimiento, impuesto por el orden procesional, hasta que el trono, ricamente engalanado, hace un giro gene­roso y enfila la arteria que le llevará al casco antiguo de la población en el recorrido del itinerario romántico de nuestra Semana Santa.

Pilatos en Hellín, como todos los años, paseando su tristeza togada. Un momento para la reflexión, afortunadamente repetido, de los días pasionarios de mi pueblo.

(Publicado en el Extra de Semana Santa del Diario La Verdad 2001)